LA BATALLA DE BALACLAVA
La Batalla de Balaclava se libró el 25 de octubre de 1854, durante la Guerra de
Crimea (1853-1856) entre el ejército inglés y su coalición
( británicos, franceses y otomanos) contra el ejército ruso y fue parte del asedio de Sebastopol.
El comandante británico, fue Lord Raglan, bueno en realidad su nombre era Fitz Roy
Somerset, barón de Raglan, un noble [No podía ser de otra forma] secretario del
duque de Wellington que había participado anteriormente en las Guerras
Napoleónicas, donde había perdido su brazo derecho en la batalla de Waterloo.
Si, ahora como vemos, las bofetadas se las daban entre antiguos aliados, cosa
muy normal ya que el origen de las guerras son SIEMPRE económicas.
El comandante ruso, fue el General Pavel Liprandi, militar ruso de ascendencia
hispano-italiana, otro veterano de las Guerras Napoleónicas. Liprandi después
de la derrota de Napoleón, procedió a implementar reformas para mejorar las
condiciones de vida de los soldados, recordemos sus precarias condiciones de
vida y el mal trato a que eran sometidos.
El ejército Aliado estaba compuesto por 20.000 británicos, 7.000 franceses y
1.500 otomanos, comandados por suboficiales de artillería británica.
La Brigada Pesada fue comandada en ese momento por el Mayor General Scarlett,
un anciano caballero en vísperas de la jubilación, que hasta este momento de su
carrera aún no había visto acción en la batalla.
El ejército ruso, estaba compuesto por unos 20 batallones de infantería, unos
25,000 hombres y 78 cañones. Esas fuerzas estaban desplegadas a los lados y al
fondo de un valle.
No relataré aquí todo el desarrollo de la batalla, pero sí un episodio que ha
quedado para la historia, el alma colectiva y el cine, me refiero a la famosa carga de la Brigada
Ligera, que fue un desastre. Su oficial, británico, era James Brudenell,
séptimo conde de Cardigan, que comandaba la Brigada Ligera, compuesta por
unidades de dragones, lanceros y húsares.
Su desarrollo fue el siguiente.
Una vez entablada la batalla entre las fuerzas rusas y anglofrancesas, el
comandante en jefe del ejército aliado, Lord Raglan, siguió el choque desde una
colina. Desde allí pudo ver cómo, ante la presión de los cañones británicos, los
rusos emprendían la retirada, llevándose consigo sus piezas de artillería.
Raglán envió un mensaje a George Charles Bingham, Lord Luncan (3.er conde de
Lucan), oficial de caballería presente de mayor rango, en el que se le ordenaba
lanzar un ataque contra las tropas rusas que estaban retrocediendo, para evitar
que arrastrasen consigo su artillería.
El mensaje decía textualmente:
«Lord Raglan desea que la caballería
avance rápidamente hacia delante, persiga al enemigo, e intente impedir que
retire sus cañones. La artillería montada puede acompañarle. La caballería
francesa se encuentra a su derecha. Inmediato».
El texto había sido redactado por un asistente de Raglan llamado Airey y
confiado al capitán Nolan, quien insistió en que el ataque debía lanzarse
«inmediatamente».
Cuando Luncan recibió la orden en mano se quedó perplejo. ¿A quién debía
atacar? Desde su posición, en la parte baja de un valle, no podía ver a las
tropas rusas en retirada, que estaban en la otra vertiente de la colina. El
único ejército que Luncan podía ver desde su posición era el que estaba situado
en la parte más alejada del valle, que luego sería conocido apropiadamente como
el Valle de la Muerte.
Luncan, obedeciendo a los deseos de su superior, ordenó a Lord Cardigan, su
cuñado, que lanzase a su caballería ligera contra la posición rusa. Como
respuesta a la orden, Cardigan dirigió 673 jinetes directamente a través del
Valle de la Muerte.
Evidentemente, ésas no eran las fuerzas rusas en retirada a las que se refería
la orden de Lord Raglan; el auténtico objetivo se hallaba a un kilómetro y
medio de esas posiciones, pero Luncan no podía ni verlo, ni saberlo.
La matanza estaba a punto de producirse.
Lord Cardigan describiría más tarde en un discurso en Mansión House, en Londres,
lo que ocurrió. Su narración sería recogida y ampliamente citada en la Cámara
de los Comunes:
“Avanzamos por una pendiente gradual de
más de un kilómetro. Las baterías vomitaban sobre nosotros obuses y metralla,
con una batería a nuestra izquierda y una a nuestra derecha,
y el espacio intermedio erizado de fusiles rusos; así cuando llegamos a
cincuenta metros de la boca de los cañones que habían arrojado la destrucción
sobre nosotros, estábamos, de hecho,
rodeados por un muro de fuego”.
“Mientras ascendíamos la colina,
(proseguía Lord Cardigan) el fuego
oblicuo de la artillería caía sobre nuestra retaguardia, de tal modo que
recibíamos un nutrido fuego sobre la vanguardia, los flancos y la retaguardia
(...). En los dos regimientos que tuve el honor de dirigir, cada oficial, con
una única excepción, fue o bien herido, o muerto, o vio al caballo que montaba
muerto o herido.”
“De regreso a la colina de la que había
partido el ataque (concluía el relato),
tuvimos que sufrir la misma mano de hierro y padecer el mismo riesgo de
disparos de los tiradores en nuestro flanco que a la ida.
Muchos de nuestros hombres fueron alcanzados, hombres y cabalgaduras resultaron
muertos, y muchos de los hombres cuyas monturas murieron fueron masacrados
cuando intentaban escapar.”
Si los británicos no fueron totalmente aniquilados fue debido a la intervención
de sus aliados franceses. Al ver la matanza que se estaba desarrollando ante
sus ojos, los Chasseurs d'Afrique del general francés Canrobert efectuaron un
movimiento de diversión para atraer la atención de los artilleros rusos.
Gracias a esta providencial intervención, el exterminio de la Brigada no pudo
consumarse, aunque sufrió terribles pérdidas:
118 muertos, 127 heridos y la pérdida de 362 caballos.
Vemos claramente como ha fallado el llamado Principio de
Simplicidad.
Las órdenes han de ser lo más sencillas, claras y concisas posibles para
asegurar la comprensión.
Si alguna no puede ser ejecutada en esos términos, debe ser dividida en
iteraciones hasta que se reduzca su nivel de complejidad.
Otro punto, que se discute en la actualidad es que cabe la posibilidad que no
hubiera sido una mal interpretación de las órdenes o en todo caso fue
interpretada por Lord Luncan a su conveniencia pues ambos hombres (Luncan y
Cardigan) se odiaban mutuamente con toda pasión, que para el caso es lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario