LA SENDA DEL GUERRERO

martes, 2 de marzo de 2021

 

LA GUERRA EN ÁFRICA



Después de la Operación Libertad Duradera y la Batalla de Mogadisco, podríamos enumerar un sin fin de guerras y batallas que se extienden por toda África:

2004: Combates en Costa de Marfil, Conflicto en el Delta de Níger, Conflicto de Kibu (Congo)
2005: Guerra civil en Chad, Insurgencia del Monte Elgon,
2006: Levantamiento de la Unión de Cortes Islámicas, Guerra etíope en Somalía.
2007: Segunda Rebelión Tuareg , Crisis de Kenia
2008: Invasión de Anjouan, Conflicto fronterizo djibouti-eritreo.
2009: Guerra civil islamista en Somalía, Insurgencia talibán en Nigeria, Ataques aéreos en Sudán
2011: Segunda guerra civil de Costa de Marfil, Guerra civil en Libia.

“A día de hoy, lo que estamos viendo en África, es la decadencia de las clásicas guerras de luchadores por la liberación y la proliferación de otra cosa –algo más salvaje, turbio, más depredador y difícil de definir. El estilo de guerra ha cambiado dramáticamente desde las guerras de liberación de los ’60 y ’70 (Zimbabwe, Guinea-Bissau), las guerras de la Guerra Fría de los 80 (Angola, Mozambique).

Hoy, el continente está plagado de incontables, horribles, pequeñas guerras que, en muchos sentidos, no son realmente guerras. No hay línea de frente, no hay campos de batalla, no hay claras zonas de conflicto y no hay distinción entre combatientes y civiles, razón por la que el tipo de masacre ocurrida cerca de Niangara es tristemente común. Guerras sucias, de escala pequeña, en Congo, Somalia, la República Centroafricana, Burundi, Sudán, Sudán del Sur, Chad, Níger y Nigeria, de Este a Oeste, de algunas de las más poderosas a algunas de las más pequeñas e insignificantes naciones de África.

Hay una razón muy sencilla por la que algunas de las guerras más brutales y sangrientas de África parecen no terminar nunca. En realidad, no son tales. Al menos, no en el sentido tradicional. Los combatientes no tienen mucha ideología; no tienen objetivos claros. No dan importancia a la toma de las capitales y las ciudades clave, les basta con robar los hijos de otras personas, colgarles un Kaláshnikov o hachas del brazo y ordenarles que se encarguen de las matanzas.

Lo que está extendiéndose por toda África como una pandemia vírica no es más que puro bandolerismo oportunista y armado hasta los dientes. No quieren ministerios o extensiones de tierra que gobernar. Sus ejércitos están formados a menudo por niños traumatizados con experiencia y habilidades (si pueden llamarse así) incompatibles con la vida civil. Lo único que quieren es dinero, pistolas y licencia para arrasar con todo.

¿Cómo hemos llegado a este punto? Puede que sea pura nostalgia, pero los rebeldes africanos de antes tenían un poco más de clase. Luchaban contra el colonialismo, la tiranía o el apartheid.

Los niños soldados son parte inherente de estos movimientos. Secuestrar y manipular a niños se convierte en la única forma de sostener el bandidaje organizado. Y los chicos han resultado ser las armas ideales: es fácil lavarles el cerebro, son intensamente leales, no tienen miedo y la oferta es inagotable.

Hoy, dicen grupos defensores de los derechos humanos, hay 300.000 niños soldado en el mundo. Y expertos afirman que el problema se está haciendo más profundo conforme cambia la naturaleza del conflicto mismo; especialmente en África.

Los nazis reclutaron adolescentes cuando se sintieron desesperados. También Irán, que dio llaves de plástico a niños (de 12 a 16 años) para el cielo, para que se las colgaran alrededor del cuello mientras limpiaban minas terrestres durante la Guerra Irán-Irak. Adolescentes han combatido en guerras nacionalistas o con propósitos religiosos en Kosovo, los territorios palestinos y Afganistán.

Pero aquí, en África, los movimientos armados que sobreviven con niños de apenas 9 años, han adquirido un carácter especial, nutridos por crisis del poder estatal o de la ideología. Muchos de estos movimientos giran en torno a la codicia, el poder y la brutalidad, sin esforzarse por tener excusas para ello”.

Extracto de un artículo de Jeffrey A. Gettleman, periodista, Jefe de la Oficina del África Oriental del New York Times y premio Pulitzer de 2012.

 




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