BATALLA DE TRENTON.
Al año siguiente de la batalla de Bunker Hill, hubo la batalla de Trenton,
Nueva Jersey, en 1776. Los libros de Historia cuentan cómo George Washington
(primer presidente de los Estados Unidos y comandante en jefe del Ejército
Continental) atravesó con sus tropas el río Delaware en Nochebuena.
Esta batalla fue la consecuencia de que el ejército británico no aplastó al ejército
rebelde en Bunker Hill (Al parecer los generales británicos desconocían a Sun
Tzu y Clausewitz aún no había escrito su libro) con lo que el ejército
norteamericano asaltó varios arsenales ingleses, entre ellos algunos en el
Caribe y también recibieron ayuda del ejército napoleónico.
Para no ser “pesado” con mapas y cifras, solo comentaré que se enfrentaron las
fuerzas de George Washington contra las fuerzas del coronel Johann Rall que
comandaba los regimientos de Hesse (antiguo estado alemán, por lo que esos
regimientos estaban compuestos por fuerzas mercenarias y tropas británicas, la
escasez de tropas, obligaba al Gobierno británico a recurrir al pago a los
nobles alemanes para proporcionar las tropas que necesitaba), acampados dentro
y alrededor de Trenton de aproximadamente 1,200 hombres.
Ambas partes estaban armadas con mosquetes, bayonetas y cañones, en su mayoría
de pequeño calibre. Los regimientos de Pensilvania y otros hombres del bosque
portaban armas largas, de pequeño calibre para la caza y algunos rifles de uso
militar.
He dicho que esa batalla ocurrió en plena Nochebuena, por lo que las tropas
británico-alemanas estaban celebrando esa noche con la guardia baja, con lo que
el astuto George Washington aprovechó la ocasión para atravesar el río Delaware
para cargarse la diversión y a los ingleses.
En realidad, a parte del primer espanto, fue una combinación de sorpresa y
superioridad numérica lo que venció esa noche: unos 2.400 rebeldes con causa
determinada contra 1.200, sin determinación.
El coronel Rahl fue herido de muerte. Sus tropas se retiraron a un huerto en el
sureste de la ciudad, donde se rindieron.
Por lo que, nunca hay que menospreciar lo que Clausewitz llama “el principio de
la fuerza”.
Como decía le petit caporal, Napoleón Bonaparte: “Dios está de parte de los
batallones más grandes”.
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